martes, 16 de septiembre de 2008

Tijuana

Tijuana es una ciudad con un carisma enorme, es diversa y dispersa, es una ciudad que no soporta en su estructura la cantidad de aportaciones culturales que llegan a la llamada última frontera, se adivina que como todos los puntos del país, está llena de odio, llena de amores...

Es una ciudad de la cual es fácil enamorarse y es fácil huir de ella.

De Otay a Playas, del Centro a Rosarito, de la salida a Tecate a la espectacular Escénica, la ciudad muestra segundo a segundo su temperamento, tanto el de su gente como en la calidez del territorio. Pero, no es violenta.
La Tijuana ordinaria.

Sin lugar a dudas, los medios marcan a Tijuana de una forma falaz. Y sólo así entendería a una ciudad que, efectivamente debe tener puntos de convulsión, los cuales no vi en un largo paseo por sus calles, carreteras internas y bordes.

Mi mejor recuerdo de Tijuana, además de la compañía personal es la siguiente. En un negocio de tacos, al terminar de comer, Vivi y yo pagamos, caminamos en un mar de mesas de El Mazateño, el menú: deliciosos tacos de camarón enchilado... al salir nos abordó una mesera para recordarme que olvidaba una mochila cargada con un montón de gadgets. Esa es la mejor imagen que tengo de la ciudad. Con espacios llenos de bullicio, cantantes en su interior, gente que se divierte, trabajadora y que al final, sin agandalle, regresa lo que no es suyo.
Una taquería para regresar.

De esta ciudad bajacaliforniana se han dicho muchas cosas, hay decenas de historias violentas como ocurren en todas las ciudades del país, y yo, lo más violento que vi fue un chofer que gritó "Viva México" en el bulevar Cuauhtémoc, una narcomanta que ondeaba tranquilamente sobre un puente cercano a Playas y un tipo que aceleró como loco un Honda nacionalizado y descapotable al que alcanzamos en el siguiente semáforo.

Recorrí con Vivi lugares que las noticias ligaron con violencia, muertos, decapitados, angustia: el Corredor 2000, el bulevar Insurgentes, la delegación Centenario, la zona del Río, el Hospital General de Tijuana, el camino a Playas. Y en ninguno tuve la sensación de violencia o narcotráfico. Más amedrentado me sentí cercano al casino Caliente de Jorge Hank Rohn.
El Ejército en el Corredor 2000.

La única presencia del Ejército que vi fue un discreto Hummer en Playas y una trinchera en el Corredor 2000 rumbo a Tecate, muy cerca de un lugar en lo personal, entrañable. Por el paseo... nada de violencia, no narcos, no decapitados, no balaceras, excepto sí, una nube de humo que parecía un incendio y que terminó siendo un motín en el penal de La Mesa con una suma final de 19 muertos. Pero nunca me enteré hasta ver noticias.

Es una barbaridad enorme, pero parece que lo malo sólo ocurre si se publica. Y con Tijuana ese fue el caso. Increíble, parece que Vicente Fox tuvo razón en ser feliz sin leer periódicos.

En ese fin de semana, la curiosidad editorial me hizo comprar varios diarios, pero no leí ninguno, simplemente los tuve y se vinieron en la maleta El Mexicano, Frontera, la revista Zeta y el San Diego Union Tribune, pero no los leí. Y la percepción es lógica. Ahí no pasó nada, más que lo que vivi.
La línea y la advertencia politizada.

Tijuana sin embargo se quedó feliz, con sus más de 3 millones de habitantes que viven cotidianamente e intentan hacer una rutina cómoda en un lugar hospitalario, multicultural, divertido, vivo, hoy entrañable. La violencia, lo debo reconocer aun trabajando en medios, la violencia sólo la traían los diarios, los medios.
La última orilla del país. (Fotos JC Cortés)
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